Hace unos días hemos visitado la impresionante e importante exposición del
HIPERREALISMO (1967-2012), la más importante exposición de este género vista en Madrid hasta la fecha.
Una exposición de 66 obras de una veintena de artistas que abarca 45 años y tres generaciones. A finales de los años 1960 surgió en Estados Unidos un grupo de artistas que pintaban con gran realismo objetos y escenas de la vida cotidiana utilizando la fotografía como base para la realización de sus obras. La consagración del movimiento tuvo lugar con su exposición en la Documenta de Kassel en 1972. La exposición que presenta ahora el Museo Thyssen-Bornemisza plantea, por primera vez, una genealogía del Hiperrealismo desde los grandes maestros norteamericanos de la primera generación, como
Richard Estes, Clive Head, Robert Bechtle, Tom Blackwell, Chuck Close pasando por
David Parrish, Peter Maier, Don Eddy, Audrey Flack, Charles Bell y terminando por
Raphaella Spence, Roberto Bernardi, Anthony Brunelli, Robert Neffson o Bertrand Meniel con su impresionante "
La ciudad que nunca duerme". Desde su origen americano tiene su continuidad en Europa (en España, principalmente representad por
Cristóbal Toral, Eduardo Naranjo y Antonio López) y al impacto en pintores de generaciones posteriores, hasta la actualidad. El Hiperrealismo no es un movimiento cerrado; hoy, más de cuarenta años después de su aparición, continúan en activo muchos de los pioneros del grupo y nuevos artistas utilizan la técnica fotorrealista en sus creaciones. Herramientas y motivos han evolucionado o cambiado con el tiempo pero, con su increíble definición, nitidez y detallismo, las obras hiperrealistas continúan fascinando al público.
Lo primero que se nos viene al empezar a visitar la exposición es el
asombro. Los comentarios que escucho a mi alrededor son de este tipo: ¡Qué bárbaro; cómo está pintado! Parece que lo tocas; es una fotografía de altísima resolución!; ¡Cómo lo habrá hecho! ¡Cuántas horas habrá tardado en terminar este cuadro! Como vemos son comentarios de
admiración y de asombro por la técnica. Vamos visitando la exposición: primeras salas,
juguetes, juegos mecánicos, frascos, tubos de colores, copas de cristal, caramelos que brillan en sus plásticos, luego
, coches, motos, camiones, a continuación,
esquinas de calles, salidas de metro, escaparates, más adelante,
panorámicas de grandes ciudades y sus reflejos en cristales y asfaltos con gentes y coches desde arriba, o desde un ángulo, después,
moteles de carretera, gasolineras, cines de noche y finalmente,
figuras de desnudos, retratos, mujeres fumando... Algunas, bastantes, nos producen placer estético, sí; otras, deslumbrantes efectos lumínicos en la retina; alguna que otra, pocas, rechazo... No obstante, casi ninguna, emoción.
He aquí donde yo quería llegar: el arte no es sólo técnica ni siquiera placer estético.
El arte tiene que emocionarnos y tiene que hacernos pensar en nuestra condición de humanos y de seres espirituales, seres angélicos. Y en los extremos de los hallazgos estéticos o plásticos esto es casi imposible de lograr; eso nos sucede con el arte abstracto en su mayor expresión (un cuadrado blanco o un círculo negro en un lienzo) o en el hiperrealismo con un cuadro de una ciudad tan realista que nos parece que es lo mismo que vivimos en la realidad cotidiana:
que no nos emociona. Entonces deja de ser arte
aunque sí es estética y creatividad plástica.
Pero...,
Gran exposición, imprescindible de ver.