Soul Kitchen,
la última película del interesante director alemán de origen turco Fatik Akin (director de Gegen die Wand (Contra la pared) y Auf der anderen Seite (Al otro lado)), pese a ser una comedia en la que se nota su empeño a toda costa de divertir, a la banalidad de algunas de sus escenas (El grito de Zinos en el entierro de la abuela de Nadine, el incendio, la orgía sexual en el restaurante, la curación de la hernia discal del protagonista atándole con cuerdas del doctor aplastahuesos...), la comercialidad y convencionalidad en muchos momentos del film, tiene el desparpajo, la frescura y la crítica social habituales en Fatih Akin. El director abandona el drama de la muerte y la dureza emocional de sus anteriores films citados para darse un respiro con una comedia ligera de sabor gastronómico. A lo que no renuncia es a unos personajes que buscan el amor en un entorno urbano hostil. Akin da cita en Soul Kitchen a toda una galería de perdedores que tratan de sobrevivir y abrirse un hueco en la circunspecta y fría sociedad alemana: dos hermanos griegos, Zinos e Illias, que son polos opuestos ante el trabajo, un chef lanzacuchillos (Shayn), sofisticado y creativo (genial interpretación del actor Birol Ünel), un viejo lobo de mar perdido en su barcaza que malvive junto al restaurante, un músico y su incomprendido grupo que ensayan en el local, una atractiva camarera okupa... Zinos, el protagonista, es un joven que acoge a todos en su restaurante de frituras de Hamburgo, y que decide dar un arriesgado giro al negocio cuando su novia Nadine se va a Shanghai y su hermano Illias sale de la cárcel en régimen abierto. Las adversidades se suceden en la vida de Zinos a ritmo de vértigo, y así las recoge Fatih Akin en esta comedia disparatada e inverosímil, repleta de personajes extravagantes y desarraigados (de ahí su encanto), con mucha fuerza cinematográfica en sus imágenes aunque no escapen al cliché, y en donde todo se apoya sobre la dualidad y el contraste- dos hermanos, dos tipos de cocina, dos maneras de ver la vida-, y también sobre lo imposible y el reto de seguir viviendo. Son los misterios del amor que han llevado a una joven periodista de familia muy rica a enamorarse de un inmigrante, medio borracho y de modales poco refinados, los que convierten a un ladrón y pendenciero en atractivo para una okupa artista o los que enderezan los torcidos renglones vitales de un chef noble y luchador de sus ideales donde los haya. Akin apuesta por un mundo repleto de sensaciones con la comida y la música como metáforas del placer, el canto a la convivencia social y el restaurante como metáfora del hogar. Muy buena es la ambientación suburbana y la urbana (esos tejados verdes de Hamburgo) con planos de gran angular para mostrar la locura de un mundo por momentos casi caricaturesco, y una música que se mueve entre lo romántico, lo electrónico y lo desenfrenado según convenga, y unas magníficas interpretaciones de aparente frescura y espontaneidad. La película acaba fascinando por la fuerza de sus imágenes remarcadas por la música y el hechizante ritmo cinematográfico que imprime su director que hace avanzar rápidamente la película y nos muestra los hechos que se van sucediendo de un modo desenfadado...
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