A pesar de ser un autor prácticamente desconocido en nuestro país (yo es la primera película que he visto suya), Benoît Jacquot tiene ya una larga trayectoria como director desde que comenzara a realizar cine a mediados de los setenta. Amante de la literatura e interesado en las teorías psicoanalíticas, su prestigio se ha ido labrando gracias a su pulcritud a la hora de realizar adaptaciones literarias. Desde Fyodor Dostoyevsky, Franz Kafka, Henry James, Jorge Luis Borges, Marivaux, Yukio Mishima hasta Marguerite Duras, Jacquot ha configurado a través de su obra un rico panorama intelectual y filosófico reflejo de las inquietudes de la época que le ha tocado vivir. A menudo se ha servido del retrato de personajes femeninos esquivos o inseguros, en proceso de búsqueda de su propia identidad, que se internan en tortuosos caminos de auto-conocimiento a través de la experimentación con actitudes y posturas que les hacen enfrentarse con los demás pero también con sus propias inseguridades.
Y es en este sentido en el que podemos inscribir su último film, Villa Amalia. La película encaja a la perfección con ese propósito practicado a lo largo de su carrera: de nuevo parte de una adaptación literaria, en esta ocasión del escritor Pascal Quignard, vuelve a trabajar con Isabelle Huppert en su sexta colaboración juntos y regresa a los ambientes burgueses en los que ha desarrollado buena parte de su obra, y, sobre todo, vuelve a centrar la narración en la metamorfosis que sufre una mujer y en el proceso de cambio que la conduce a alcanzar su libertad, tanto física como mental y espiritual y, en definitiva, su felicidad. Isabelle Huppert interpreta a Ann, una prestigiosa pianista intérprete y compositora que se ha de replantear toda su vida después de conocer que ha sido víctima de una infidelidad. A partir de ese momento, todo su mundo se desmorona y decide emprender un camino de huida hacia la soledad de sí misma. Jacquot construye una película cortada y seca, aunque sensitiva, muy influida por los ritmos y el tempo musical de los acordes de su protagonista pianista y capaz de crear atmósferas contrapuestas de un plano a otro que nos conducen desde la ansiedad y el desconcierto, hasta la serenidad que desprende un luminoso día de playa. Juega con el sentimiento sin sentimentalismo y modula austeramente el silencio, la rabia contenida y la desazón. Villa Amalia es un film sobre lo terrible y a la vez hermoso que puede ser la soledad, también sobre el proceso de despojamiento de lo que todos tenemos que quitarnos si queremos llegar al núcleo de nuestros miedos más íntimos para actuar sobre ellos. En ese sentido, Ann se enfrentará no sólo a su marido, sino también a su padre (curioso dibujo del personaje de un padre judío que también ha huido -como ella- de los gritos y cortinas de su esposa), un padre que la abandonó siendo pequeña y que ahora regresa a su vida. Ann romperá también con su profesión para alcanzar emociones que la perturban pero que al mismo tiempo se convierten en su catarsis. Isabelle Huppert vuelve a regalarnos un trabajo de intensidad interpretativa irreprochable en un personaje aparentemente frío y cruel con lo que le rodea, pero decidida e imperturbable en su propósito. La película es ella, su personaje, y nada más. Ella y un director que la mima en cada plano y sabe sacar la fragilidad que alberga su aparentemente helado corazón.
Los enfoques "nouvellevaguescos" de los silencios contemplativos y del encuentro con la vieja Amalia, los baños haciendo el muerto en el mar de Ischia, y los encuentros rohmerianos al sol con los italianos en el barco, consiguen hacernos sentir ganas de seguir viendo cine francés tan exquisito y profundo como éste. Todo ello con una puesta en escena punzante, cortante, seca minimalista y elíptica. Un estilo que oscila entre la asonancia de la música vanguardista y el naturalismo literario y minimalista de la nouvelle vague, y cuya eficacia reside en la mezcla entre lo natural y lo psicológico.
Jacquot convierte "Villa Amalia" en una obra reflexiva que consigue llevar a fondo la exploración de lo femenino que se ha ido gestando en su filmografía. Para este proceso explorador juega un papel fundamental su puesta en escena basada en la sequedad y lo contemplativo y, sobre todo, en el modo en que se muestra el sentimiento de fascinación por un paisaje y una actriz. En este sentido se relacionaría con el cine de Rohmer. Porque el cine de Benoit Jacquot , como el de Eric Rohmer, precisa de un ojo sensible para no dejar pasar pequeños matices relacionados no sólo con la disposición de los personajes en los encuadres o con la utilización de los colores, sino también con el uso de la banda sonora o del sonido exterior. Una mujer que huye de su pasado en busca de la libertad y de sí misma y, en definitiva, en búsqueda de su felicidad.