viernes, 4 de junio de 2010

IO SONO L’AMORE, primorosa tragedia operística de la alta burguesía italiana



La casa de los Recchi es un edificio coherente con la alta burguesía industrial que la habita entre amplios salones. Es Navidad y Emma y Tancredi, sus hijos: Edoardo, Gianluca y Elisabetta, los parientes, amigos, abuelos, celebran, entre las referencias a las generaciones anteriores y a las futuras, entre las estancias y los corredores, los jardines nevados, las grandes cocinas de Villa Recchi, el traspaso de funciones en el liderazgo de la empresa y la búsqueda de la consolidación de los papeles dentro del esquema de la clase a la que pertenecen.
Tanto Emma (la dueña de la casa, de origen ruso y que con los años se ha mimetizado con la familia de su marido) como Antonio (amigo de su hijo Edoardo, un joven cocinero poco amigo del compromiso y que concentra sus emociones en los platos que no le acepta su padre para el restaurante de la familia) son dos criaturas inorgánicas para los universos en los que gravitan. La pasión que los lleva a colisionar destroza todos los vínculos y los pone en contacto directo con la naturaleza, de la que Antonio extrae la vida para sus creaciones, y de la cual Emma se había alejado para construir su identidad. El precio que tendrá que pagar es muy alto, y sólo habrá una posibilidad de redención: el amor pasional y transgresor. La protagonista Emma (Tilda Swinton) siente el aburrimiento de su vida y decide respirar la naturaleza y compartir sus sensaciones con el cocinero con quien compartirá sensualidad y sexo. Cada secuencia está planteada con un mimo casi pictórico. Esa cuidadísima armonía visual responde, quizá, a una sobredosis del drama, en el sentido de que Guadagnino trabaja en umbrales de intensidad barrocos y viscontianos.

Guadagnino crea una atmósfera turbia y de irresistibles emociones al límite en sus secuencias finales, aunque sin caer en el melodramatismo aunque sí en la tragedia final que se refuerza grandiosamente con la espléndida e insistente banda sonora de expresiva percusión de John Adams.

Haciendo un guiño a sus paisanos Visconti y Antonioni, Guadagnino disecciona con estimable sensibilidad la desintegración del imperio doméstico víctima de las embestidas incontrolables de la pasión, el amor desatado, el deseo y el sentimiento. La cinta, liderada por una espléndida y esforzadísima Tilda Swinton, se tiñe de vehemencia y de tono operístico, pero no deja de ser un muy notable estudio de personajes, una película cuidadísima en forma y fondo que desnuda el rostro más desolador del capitalismo burgués pero infeliz corruptor de almas y capaz de destrozar la felicidad de los humanos que lo padecen.

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