Memoria
de
Carballedo
A mis primos hermanos
Miguel, Mari Paz,
Ángel
e Inés d'Ors Lois
Desde el asiento de tu coche, primo Ángel,
y tras hablar sobre pisos que nunca compraremos
y de ciudades para vivir en donde jamás viviremos,
he llamado a la infancia de Carballedo olvidada:
¡Venid gallos que voceáis vuestros quiriquís al alba
sin que nadie hubiese negado nada!
¡Venid mugientes y parsimoniosas vacas
de dóciles ubres
nunca colmadas!
¡Venid árboles alargados
hacia el cielo
que, cual sísifos, subíamos
y nos hacían bajar!
¡Venid pétreos y fantasmales
hórreos de maíz
en los que nunca podíamos esconder
nuestras ilusiones sin fondo!
¡Venid chirriantes carretas de bueyes de oloroso heno
que no nos llevaban a ninguna parte!
¡Venid tibias campanadas de atardeceres mágicos
que no tocabáis para nadie!
¡Venid lentos rezos del Rosario en latín, salmodiados en la oscuridad,
y nunca terminados de rezar!
¡Venid lastimeros aullidos del can a la luna,
nunca contestados!
¡Venid! ¡Venid! ¡Venid!
Y, ahora, al descender de tu coche,
quiero volver a dejar olvidada, primo Ángel,
en el asiento la infancia recordada de Carballedo.
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