(Una historia a través de los primeros cuadros de Carlos d’Ors, escrita por el artista cuarenta años después )
La mujer del pájaro azul, 1972
I
Aquella mañana de comienzos de junio, Violeta se despertó con el gorjeo de un ruiseñor. Por lo extraño que le resultó despertar con ese sonido, se incorporó enseguida sobre la cama y corrió, con los pies descalzos, a mirar por la ventana. Allí, tendido sobre el alféizar, vio un pequeño pajarito que se había lastimado las alas. A la muchacha le horrorizó encontrar un pájaro malherido en su ventana, pues nunca había tenido animales en casa y tampoco ahora lo deseaba. Sin embargo, al verlo quizá tan débil, tan desvalido, no pudo evitar apiadarse de él, que agitaba sus alas como pidiendo ayuda. Tal vez fue su conmovedor gorjeo, lo que definitivamente hizo que Violeta saliera corriendo a bucar algo con que curarlo. Al cabo de unos minutos, regresó con las manos llenas de remedios, que depositó sobre la cama. Después tomó un poco de algodón y, tras humedecerlo con alcohol, comenzó a aplicar la cura sobre sus alas temblorosas. Mientras, con cautela, pasaba el algodón por su cuerpecito, la muchacha advirtió que el plumaje del ruiseñor era de un azul muy intenso. Dedicó cerca de media hora a sanar sus heridas, y se podría decir que por primera vez trató a un animal con verdadero afecto. Poco después, tras un tiempo de reposo, el ruiseñor miró a Violeta con ojos agradecidos y echó a volar, desapareciendo a través de la Plaza de Eugenio d'Ors en dirección hacia la Playa del Faro.
A partir de entonces se creó una intensa relación entre la muchacha y el ruiseñor, que iba a visitarla cada mañana. Ella disfrutaba mucho peinándose el cabello, por lo que a menudo recibía a su pájaro cantor mientras se alisaba el pelo con las manos. Lo curioso es que quienes la conocían afirmaban no haber visto jamás a Violeta utilizar un peine. Al parecer le bastaba con pasar las manos por su espesa cabellera para dejarla lisa y bien cepillada, al modo en que lo haría un buen peine. También dijo en una ocasión que le resultaba más placentero el contacto directo de las manos con el cabello, con el que podía juguetear a placer el tiempo que quisiera. Por tanto el ruiseñor acudía fielmente todas las mañanas y Violeta, despertada por su dulce cantar, abría la ventana y se quedaba largo tiempo peinando su cabellera. Dado que no era infrectuente sorprender a la muchacha en compañía del animal y dado el asombro que su llamativo plumaje despertaba, los habitantes de Vilanova i la Geltrú, de donde era oriunda, no tardaron en llamarla “La mujer del pájaro azul”.
A partir de entonces se creó una intensa relación entre la muchacha y el ruiseñor, que iba a visitarla cada mañana. Ella disfrutaba mucho peinándose el cabello, por lo que a menudo recibía a su pájaro cantor mientras se alisaba el pelo con las manos. Lo curioso es que quienes la conocían afirmaban no haber visto jamás a Violeta utilizar un peine. Al parecer le bastaba con pasar las manos por su espesa cabellera para dejarla lisa y bien cepillada, al modo en que lo haría un buen peine. También dijo en una ocasión que le resultaba más placentero el contacto directo de las manos con el cabello, con el que podía juguetear a placer el tiempo que quisiera. Por tanto el ruiseñor acudía fielmente todas las mañanas y Violeta, despertada por su dulce cantar, abría la ventana y se quedaba largo tiempo peinando su cabellera. Dado que no era infrectuente sorprender a la muchacha en compañía del animal y dado el asombro que su llamativo plumaje despertaba, los habitantes de Vilanova i la Geltrú, de donde era oriunda, no tardaron en llamarla “La mujer del pájaro azul”.
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