(Una historia a través de los primeros cuadros
de Carlos d’Ors, escrita por el artista cuarenta años después)
FEBRERO
En el centro de la plaza un tronco casi seco de higuera evocaba tiempos en los que niños harapientos trepaban por sus viejas ramas para hurtar higos maduros y frescos. Había también allí una palmera marítima, también anciana, que poseía un tronco robusto y ancho. Regalaba palmas a quien quisiera trasladarse allí el Domingo de Ramos a oír misa en la Ermita de San Cristóbal. O cualquier domingo, ya que todos son fiesta.
MARZO
Salomé cruzó la cancela de aquella casa y, a imagen y semejanza de La Samaritana bíblica, sacó agua del pozo. Pero el agua era para ella; tenía sed puesto que el calor del patio andaluz, casi tropical, le embargaba. Y el agua refrescó su boca. Y a su presencia llegó el aire marino que se respiraba antes de llegar a la playa.
ABRIL
MAYO
Descendió la escalera de caracol del ático, y vio cómo los hermanos del artista, Luis y Pablo, jugaban ensimismados al ajedrez en el porche.
JUNIO
Dejó atrás la Fachada Trasera de la Ermita con su multitud de tonos ocres, pardos y grises que daban a un huerto, donde ella cogía de niña almendrucos que tanto le gustaban de los muchos almendros que por entonces había.
AGOSTO
Pero lo hizo por el camino más largo porque quería ver la Vía férrea que tanto le gustaba con aquella vieja y oxidada locomotora abandonada fuera de sus raíles. Desde allí podía divisar el pueblo a lo lejos.
SEPTIEMBRE
En la playa todo era arena fina y olas que venían con saludos y adioses de un mar muy azul, verdoso y pardo, y con hasta prontos, porque enseguida, como arrepentidas, regresaban temerosas. Nunca se decidían: es la eterna duda de las olas.
En la playa vio cómo unas Muñecas Náufragas, llenas de brea y sin brazos, flotaban espectralmente en el mar…
NOVIEMBRE
Salomé llegó por fin al Puerto pesquero con su olor a pescado permanente. Las viejas estaban agazapadas sobre las redes. Los cargadores de muelle desayunaban después de la larga jornada nocturna. El agua estaba brillante y verdosa parda y Carlos, el hermano de Salomé, trataba de pescar entre la hilera de barcos pesqueros amarrados que dormitaban y entre los que destacaba el amarillo del Lolita.
Había además allí un colosal trasatlántico, el Yorkmaru, ahora, cubierto de hollín y en patético Desguace.
DICIEMBRE
Aguardaba Salomé que llegase un buque para zarpar imaginariamente. Y de pronto, desde el espigón que daba a la playa, divisó imponente El Buque que le aguardaba en un revuelto mar gris azul verdoso. Ella subió como única pasajera. Pero, claro, hoy no había gente ni pañuelos blancos de despedida. Y sonó la sirena de partida. El viaje fue breve; muy breve. Sólo gaviotas; sólo brisa. Sólo olor a olas.
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