miércoles, 11 de noviembre de 2009

El hipnotismo visual de Jim JARMUSCH













Tilda Swinton y Bankolé en un café de la Plaza de San Ildefonso y Luis Tosar con el violín debajo del brazo en la calle de San Andrés, escenas rodadas en el barrio de Malasaña de Madrid.
Otra vez he disfrutado con una película de Jim Jarmusch. Una vez que Wim Wenders parece haber abandonado su quehacer fílmico y está medio retirado, y Kaurismaki parece haberse quedado sin ideas, Jarmusch es el cineasta que más me interesa hoy por hoy. Si uno se deja llevar por el hipnotismo visual y sensorial de los films de Jarmusch que, además, se alía en esta ocasión con la fotografía del gran foto-artista Christopher Doyle, el goce visual está garantizado. Tal vez la propuesta sea más atractiva que la propia película en sí, que finalmente se alarga innecesariamente en Sevilla y Almería (en mi opinión, podría haberse rodado exclusivamente en Madrid perfectamente) y pierde ironía, intriga e interés. Hay una paradoja en este su último film Los límites del control: su nihilismo irónico frente al positivismo del poder del arte. Si bien hay algunos tópicos de España como el del baile y cante flamenco en Sevilla, el film está repleto de momentos brillantes: por ejemplo, Jarmusch y Doyle consiguen (por fin alguien se ha percatado de lo cinematográfico que es el madrileño Barrio de Malasaña) que la Plaza de San Ildefonso adquiera una inquietante magia dentro de su sabor madrileño y pase a la posteridad de la iconografía cinematográfica, cuando Isaach de Bankolé se sienta en una terraza y pide dos cafés espresos en tazas separadas y cuando aparece Tilda Swinton en glamourosa parodia y le larga con toda tranquilidad que las mejores películas son como sueños que nunca sabes si en realidad has tenido y, a continuación, en pocos instantes, le suelta referencias a Hitchcock, Tarkowski, Kaurismaki, Welles y luego se va tan glamourosa como había venido, tras entregarle Bankolé la enigmática y repetida cajita de cerillas marcaThe boxer. O a Luis Tosar andando misterioso con el violín debajo del brazo frente a la Farmacia Laboratorio de especialidades de Juanse, un establecimiento de 1897 que se ubica en la calle de San Andrés, de este mágico barrio de Malasaña. O los lentos ejercicios físicos que el protagonista hace todos los días en la habitación del hotel o pensión en donde se aloja.
Publicado por Carlos d'Ors en 01:54

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