miércoles, 28 de marzo de 2012

ENSAYANDO EL MISÁNTROPO, de Luis d’Ors, interesante propuesta de “Teatro después del Teatro”.


-ENSAYANDO EL MISÁNTROPO , de Luis d’Ors, interesante propuesta de “Teatro después del Teatro”.

Ayer asistí al Estreno de Ensayando el Misántropo, escrita y dirigida por Luis d’Ors en el Teatro de la Abadía de Madrid. Se trata de una tragicomedia contemporánea, teóricamente escrita y pensada a partir del clásico de Molière, Es un proyecto pensado como work in progress, es decir, el texto tiene que irse transformando por la personalidad de cada intérprete en los ensayos. Por tanto tiene el encanto (pero también el inconveniente) de que cada representación puede y permite improvisarse y puede ser muy distinta de la del día anterior. En esta representación de Luis d’Ors se cuenta con la presencia casi continua de los ocho intérpretes en el escenario, y el marco del propio teatro se utiliza como ambientación de la pieza. Incluso antes que nosotros, los espectadores, vayamos a sentarnos en nuestras butacas, los actores se encaran con nosotros, nos ofrecen sus servicios para que vayamos a ver las obras que ellos personalmente representan y hasta alguna representante teatral te extiende su tarjeta de visita ofreciendo sus servicios…Asimismo nos ofrecen un coctail, como si ya hubiéramos asistido a la obra de Molíére. El tema gira en torno a lo que sucede después de un ensayo de El Misántropo. (Debería así titularse Después de la representación de "El Misántropo" de Moliére). Alguno de los conflictos de la comedia de Molière son llevados en clave contemporánea a las relaciones entre los actores de la compañía, la representante, el productor, la actriz invitada, el actor de otra compañía... Más que “Teatro dentro del Teatro”,sería “Teatro después del teatro”: ahí reside la originalidad de la propuesta.
La propuesta es original y valiente. El texto por momentos es delicioso, muy divertido, irónico y sarcástico. Ahora bien, es algo ambigua por momentos la semántica intencional y confunde al espectador que tarda en entrar en el espíritu y sentido de la obra. ¿A qué se debe esto? A que no sabemos si es una obra que pretende ser una propuesta autoral y personal de Luis d’Ors (lejanamente inspirada en “El Misántropo” de Moliére), en cuyo caso debería de ser más rotundamente separada de cualquier referencia a Moliére, o si es un texto que sigue las líneas de conflicto y espíritu de la obra de Moliére, a mi juicio no me lo acaba de parecer y debería de presentarse más "pegada" o unida a la obra del gran comediógrafo francés. Si concebimos la obra como un boceto o un ensayo para -sobre ese texto y esa idea de espectáculo teatral- realizar una obra definitiva, no sólo me parece válida sino que puede dar lugar a una obra maestra si se elige alguno de los dos caminos señalados y se corrigen aspectos técnicos, compositivos y conflictivos que en ocasiones no son rotundos ni catárticos. Si se pretende que la obra sea coral, los personajes han de ser más dibujados en sus personalidades o elegir sólo dos o tres o cuatro de los principales y que el resto queden como comparsas o acompañantes de los protagonistas como sucede en la mayoría de las obras de teatro. El conflicto vital y personal del personaje de Max (El misántropo) no produce la catarsis necesaria.
En general las interpretaciones son magníficas (Luis d’Ors es un extraordinario director de actores), destacando a mi juicio el tratamiento actoral del personaje de Teo (Camilo Rodríguez), un actor de la compañía que trata en todo momento de poner orden y armonía entre todos, la interpretación sarcástica y con muy mala uva de Cati (Cecilia Solaguren), como la representante de actores, y la histriónica e intencionadamente sobreactuada interpretación de Juan Ceacero (uno de los más geniales actores que hoy pisan los escenarios) en el papel de Fran Cox, joven actor de otro teatro y, por último, magnífica interpretación de Teresa Hurtado de Ory en su papel de Bárbara, la joven y atractiva actriz invitada, inexperta pero engreída, así como coqueta y demasiado cariñosa fémina. También destacaríamos el papel protagonista de Ricardo Reguera en Max, el actor que interpreta a Alceste, el misántropo, si no fuera porque en ocasiones un leve deje de divismo (tal vez necesario para su papel de Max). El resto están adecuados en sus papeles más secundarios. No siempre la dicción y la voz es clara y nítida. Al que esto escribe le gustan más las interpretaciones cuando los actores “interpretan” (sin más) que cuando “juegan a interpretar que interpretan”. A mi juicio existen dos clases de interpretaciones válidas en el Teatro: las naturales, es decir, las que aunque se interprete parezca esta interpretación natural, y las histriónicas (que ironizan sobre el personaje que interpretan y se burlan de él). En esta obra son ejemplos magníficos de ambos tipos, la de Camilo Rodríguez en el papel de Teo, como representante del primer tipo y la de Juan Ceacero en el papel de Fran Cox, como representante del segundo.
El movimiento escénico y de los actores así como la composición de escenas es irregular: hay momentos magníficos, generalmente cuando hay dos o tres actores en diálogo, no estando siempre conseguido cuando los actores quedan fuera de escena, al fondo del escenario. Los momentos dramáticos en general son menos felices que los cómicos, sarcásticos o humorísticos. Los momentos de tirar la copa al suelo o del lanzamiento de los papeles al aire no están logrados. La música insistente entre diálogos sí es magnífica con el mismo leitmotiv. El final en lectura narrativa sí está muy logrado y produce emoción teatral.
Interesantísima propuesta que merece revisarse y revitalizarse de un teatro nuevo y de futuro.

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