EL AHOGADO
Más de una hora, sentado 
en una gran roca llevo
 frente al mar en calma, 
contemplado. 
Es curioso que el mar
- esa de incontables ondas sonrisa innumerable- 
termine en un horizonte de rectitud indudable,
he meditado.
Mientras medito esto
blancas gaviotas - uves trompeteras en el aire- 
me sobrevuelan mirándome de reojo
como si quisieran, celosas, 
perturbar mi reposo.  
Llevo más de una hora, 
detenido, 
contemplando la superficie del mar
como si quisiera sorber y tragar
todo el azul de sus melancolías y tristezas,  
retenido. 
Y, de repente, una ola, celosa, 
invade mi calma, rabiosa
y me arrastra con su incontenible espuma sin piedad 
al inevitable líquido azul de inmensidad. 
Ahora, sólo oscuridad. Silencio. 
Otra vez, el mar 
en su  quietud inquebrantable 
y en su azul inmensidad inevitable. 
Nos sonríe con su sonrisa innumerable. 
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